domingo, 21 de octubre de 2007


El sur, como solemos llamar a la patagonia, es un lugar querido al que siempre me dan ganas de volver, y al que siempre que pude volví. La primera vez que fui tenía seis años y entonces parte del viaje acampábamos y otras veces parábamos en hosterías. El gusto del pan casero las mermeladas y las truchas, la sensación de aventura, el paisaje, la claridad del aire, y sobre todo el olor indefinible que traía el viento se quedaron conmigo para siempre. Si la inmensidad pudiera olerse, diría que había olor a inmensidad. A veces aparece algo así por acá. Una luz, algo en el aire que no puedo explicar, un olor casi imperceptible pero grandioso, no sé, es “olor a sur” y enseguida me lleva a los recuerdos y a las ganas de estar ahí.
La última vez que fui, hace cuatro años, estuvimos en El Bolsón y nos alojamos en “La posada de Odile”. Odile es una artista francesa que vive allí hace ya muchos años y que pinta sobre seda. En las veinte o más hectáreas donde tiene su posada hay campos de lavandas, una arboleda maravillosa y un arroyo, o más bien un leve desvío del río que está ahí nomás para ir a bañarse cuando uno quiera. Un pequeño paraíso.
Tanta suerte tuvimos que nos tocó habitar un departamento, cuyas puertas estaban ilustradas por Odile, por Antonio Pujía y por el hijo de Pujía. Un placer, y para mí, un lujo. Las imágenes son fotos de fotos, de ahí la desprolijidad que sabrán perdonar.



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